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Fátima y Abeer han escapado por poco al matrimonio infantil, para el alivio de su madre, Amal. Ella tenía tan solo 14 años cuando fue casada con el propietario de un pequeño negocio en otro pueblo de Yemen, a unos 100 kilómetros. Amal nunca olvidó el día que dejó su casa y su infancia para casarse con él. Se prometió que sus hijas nunca pasarían por lo que había pasado. En su caso, su familia necesitaba dinero para alimentarles a todos, y además era peligroso que con 14 años saliese a la calle y pudiese sufrir un secuestro o una violación. Si se casaba, la familia de su marido la alimentaría y aprendería a llevar un hogar y a cuidar de una familia.
El “novio” de Amal les había prometido que no la tocaría hasta que fuese mayor, pero que si se casaba ahora, podría educarla a su gusto y ayudaría a su madre en las tareas del hogar, la limpieza, el cuidado de sus hermanos pequeños. Así que se fue a vivir a este pueblo desconocido, en una casa desconocida, con una familia desconocida, y con un hombre que debía llamar “esposo” y que desde el primer minuto le dio terror. Al poco tiempo ya tenía una niña, Fátima, y luego vinieron un niño, Mohammed y una niña más, Abeer.
Amal se prometió a si misma que sus hijas nunca pasarían por el infierno que ella había vivido. Lucharía por ellas, para que tuviesen una infancia feliz, pudiesen ir a la escuela, estudiar, crecer y casarse cuando fuesen lo suficientemente mayores para entender lo que hacían. Le costó sudor y lágrimas lograr que su marido permitiese que sus dos hijas fuesen a la escuela y, durante algunos años, lo logró.
Pero entonces, en el 2015, llegó la guerra y el marido de Amal lo perdió todo. No tenían dinero para comer, menos aún para llevar a las niñas a la escuela y comprar libros. Fátima tenía 9 años. Abeer 6. Las sacaron del colegio para ayudar en las tareas del hogar, a buscar agua. Muchos días el padre las mandaba a pedir por las calles, y a veces Mohammed, de 8 años, iba con ellas.
La idea de casarlas para tener menos bocas que alimentar y lograr algún dinero empezó a ser un tema recurrente en casa. Amal estaba aterrorizada. Pero de repente, un día, una de las profesoras de la escuela de las niñas vino a visitarla. Le explicó que una ONG llamada Solidarios Sin Fronteras se encargaría de alimentar a Fátima y Abeer si volvían al colegio. Que allí podrían estudiar, tendrían agua potable, jugarían con otras niñas. Amal tuvo que discutir y discutir con su marido, aguantó gritos, amenazas, pero las niñas empezaron de nuevo a ir al colegio. La vida de las dos hermanas acababa de cambiar.
Ahora, Fátima y Abeer vuelven a ser niñas y regresan del colegio a casa más contentas, con un brillo en la mirada. Cuando Solidarios Sin Fronteras empezó a dar los desayunos, muchas niñas como Fátima y Abeer faltaban en la escuela. Ahora, gracias a los desayunos que Solidarios sin Fronteras les proporciona, todas han vuelto y las niñas ríen, saltan, gritan, corren. No sufrirán años de abusos y embarazos prematuros.
En estos momentos, el 72% de las niñas están casadas en Yemen antes de los 18 años, mientras antes de la guerra la cifra era de un 17%. Solidarios Sin Fronteras ya lleva 3 años dando desayunos a 2 escuelas para protegerlas, y recientemente han empezado en una tercera escuela con 270 niñas y niños más. En total, dan desayunos a 1525 niños y niñas cada mes. Cada desayuno cuesta 0,50€ y es muy completo: contiene pan, leche, queso, huevo o bocadillo de atún y una pieza de fruta fresca. Cada Teamer permite dar 2 desayunos, ¿les ayudamos a cubrir los desayunos de todas las niñas en las 3 escuelas?
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